Cinco

Tener que esconderse, tener que oprimir los oídos, tener que ceñirse a las tensas pieles del victimado, esconder un cuchillo en la funda de la almohada, que no importa si es de mantequilla porque algo harán los dientes, que escuchar el estrépito de la lámpara en el piso. Los sueños de la niñez eran oscuros y plagados de monstruos: la casa era un monstruo, la virgen era un monstruo, mamá era la última bestia. Mamá dice que teme que esté sola, porque mi mente frágil es propensa a los vicios; y heme aquí, bajo su manto protector, en el pliegue de su ala, deshaciéndome entre las arterias y cayendo con las cenizas entre todas las teclas. Una pincelada gris corre de la Efe a la Ge. Si soplo este aire seco en la taza: ¿el aliento me viene con el café?

Cinco cigarros más y habrá acabado la fumadera. Desecharé estos hábitos inmundos que huelen a tabaco, devolveré los yesqueros perdidos, esperaré que mis pulmones se purifiquen con el aire nuevo, que los limpie una alergia, que caiga sobre mí un halo de sabiduría y reaprenda todos mis verbos. Hace muchos días, viene la Guaireña, camina hasta mí, me muestra los atrapasueños baratos que lleva entre las páginas de su Kundera; busca prenderme el anzuelo, llevarme de un extremo a otro, subirme al barco, pesar mis agallas: me pregunta si soy revolucionaria, con una sonrisa rancia. No, le dije confundida. Hace muchos meses, quizá me habría engatusado, ahora sólo sigo reflexionando sobre todas las cosas que siguen colgadas en cada uno de mis bordes. Me dice ahora: Qué bonita te ves, pareces una gringa. C’est il qui connait lequel faira le mieux. Al final elegí un adorno muy sencillo, plateado, que según los hilos cambian de color en la luz. ¿Esos no son acaso los destellos refractarios?

Uno debe medir el tiempo por las cosas que es capaz de recordar: la gente que conoció, los besos que se dio, los cultos que ofreció, los cigarros que fumó, los tragos que bajó, las páginas que leyó, los pasos que dio: así los números cobran vida y caminan por sí solos. También hay personas que creen aún en las simples maneras: Marian era la mejor de las compañías, con sus orejas suaves y la pelusilla de su cuello, sus palabras disonantes y los dientes torcidos, sus ojos grandes y sus piernas cortas. En una hoja rasgada anotaba todas las bandas que debía escuchar; no creía en Spotify ni en los playlists de YouTube.

Diario, me voy de aquí. Las piernas me traicionan, puedo presentir los dolores, el cigarro es fuerte y me marea. Me dijeron que pidiese sólo de la manera correcta: Pide por lo que te sea mejor, no por lo que más quieras. Temo nunca dejar de ser irrazonable, sigo con mi corazón necio, esperando sólo cuanto quiero. Cuanto-quiero, cuanto-sea. No le digas a nadie.

  

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